CAPÍTULO 1
Era un día como cualquier otro después del instituto. Llegué a casa para dejar la pesada mochila en mi habitación y comer con mi hermana en la cocina, donde mi madre nos esperaba como siempre impacientemente hambrienta. Todo era tan rutinario que si se piensa bien era agotador y aburrido, por eso me acostumbré a hacer las mismas acciones sin pensar que parecía una máquina a la que habían dado cuerda.
Mi madre nos preguntó que tal hoy en clase, a lo cual mi hermana como de costumbre hablaba entusiasmada de sus logros en los exámenes y de alguna que otra anécdota con sus compañeros. En cambio yo me quedaba callada y a responder a las preguntas referidas al colegio de forma simple.
El instituto no me interesaba demasiado. Me parecía una especie de fábrica donde educan al aguante de cada persona a estar 6 o 7 horas anclados a una silla, donde el que no sea inteligente se siente como un inútil, donde debes estudiar asignaturas que en tu vida adulta no te servirán para sobrevivir, y te enseñan a no contradecir a quien te humilla o al que se ponga frente a la clase a explicar su parafernalia con hipocresía.